Los juicios por negligencia médica son especialmente sensibles para las personas demandantes que asisten en las salas de vista a interrogatorios cuyas respuestas pueden crear dolor y zozobra y, sin embargo, pueden llegar a ser una catarsis de lo ocurrido.
Hace unos días defendía en juicio a una madre que había perdido su bebé a las pocas horas de nacer en un parto que se hizo litigioso. Sabía que debía interrogar a diversos profesionales de la medicina sobre las últimas horas de vida de su hija, dentro y fuera del claustro materno, y de los sufrimientos que había pasado, de una forma cruda y aséptica. Cuestiones técnicas sobre la lex artis aplicada obligaban a tal interrogatorio, que se hizo verdaderamente duro.
Sin embargo, no podía dejar de pensar que la madre, presente en el juicio, iba a escuchar cosas tremendamente dolorosas en las que seguramente no había caído de una forma consciente hasta aquel momento. Son momentos en los que el abogado debe superar un momento de empatía en beneficio de la verdad y del interés de su cliente, por amargo que pueda parecer el trago.
Acabado el juicio pude percibir que la madre, pese a la experiencia recién vivida, por supuesto nada comparable con su tragedia, estaba satisfecha. Por fin se había dicho lo que realmente ocurrió. Trasmitía una sensación de calma, humana. Son esos momentos en los que un abogado siente satisfacción por el trabajo realizado.
Ahora toca esperar la sentencia.