Dice la sabiduría popular que no hay lugar en el que se mienta más que en un Juzgado.
En los casos de negligencia médica los abogados nos enfrentamos a una doble vertiente de esa realidad. Por un lado aquellos testigos que defienden una versión muy determinada y particular de cómo ocurrieron los hechos, lo cual es muy normal.
Pero hay otro tipo más insidioso que es la visión particular de la pericia, es decir, de lo que un profesional de la medicina informa sobre aspectos técnicos.
Hasta cierto punto, al testigo hostil se le puede arrinconar con datos y anotaciones de las historias médicas sobre cómo fueron realmente los hechos. Las periciales son diferentes y solo se pueden combatir reduciéndolas al absurdo o con otras periciales de distinto sentido.
Nos enfrentábamos a un caso en que un ginecólogo anotaba en la historia médica la ausencia de un anestesista, lo que le impedía comenzar una cesárea urgente. Durante el juicio pudo verse el espectáculo de cómo el uno atacaba al otro y viceversa. Pero curiosamente hubo algún perito que defendió la bondad de ambas posturas, la del ginecólogo y la del anestesista.
Como abogado nunca supe si aquel obstetra decidió realizar la anotación de la ausencia de su compañero por enfado hacia él, o porque sabedor de lo que ocurriría con esa demora de tiempo, quería cubrirse a sí mismo.
Sea como fuere la sentencia estimó nuestras pretensiones. Quizá el juez no comprendió por qué si el perito afirmaba que todo estaba bien hecho y que no había negligencia, ambos facultativos se pegasen dialécticamente en el juicio. O quizá a través de ello dedujo que ello solo podía ser posible ante una auténtica negligencia médica.