Miguel, un joven policía de 37 años, acudía a la clínica Cemtro de Madrid para tratarse de una simple contractura cervical. Siete días después, fallecía inexplicablemente ante la incredulidad de sus más allegados. «Mira lo que me han hecho estos cabrones», gritaba exasperado a Margarita, una madre coraje que recorría los solitarios pasillos del centro pidiendo la presencia de un médico que jamás apareció para frenar una muerte evitable.
El Juzgado de lo Penal nº 25 de Madrid ha condenado al doctor J.J.C. a una pena de prisión de un año y seis meses y al pago de 80.523 euros en concepto de indemnización por un delito de homicido imprudente. «Estamos contentos porque actualmente es muy difícil ganar un proceso penal contra un médico», sentencia Roberto Gómez Menchaca, abogado de la víctima, que manifiesta, a su vez, no entender el hecho de que la juez no haya inhabilitado profesionalmente al doctor.
En la sentencia, M.R.E., argumenta que no ordena su inhabilitación, ya que no se trató de una imprudencia de tipo personal al no poderse demostrar que el doctor no posee los conocimientos adecuados para ejercer su profesión. Por tanto, la magistrada condena al doctor por faltar a su deber de atender a su paciente cuando éste, su madre y la enfermera así lo requerían.
La crónica de esta muerte no anunciada comenzaba cuando le colocaron a Miguel una vía para calmar unas dolencias de espalda que acarreaba desde hacía ya varios años. La vía derivó en una flebitis (inflamación de una vena) que se tornaría en irreversible ante la dejadez del médico. Comenzaba una secuencia de siete días con un epílogo sencillamente aterrador.
Todo transcurrió con normalidad hasta las últimas 24 horas de la fatídica estancia de Miguel en la clínica Cemtro. Tan normal que sus familiares y amigos le agasajaban con regalos en la tarde del martes, día de su 37 cumpleaños.
Miguel había amanecido la mañana del miércoles «muy fastidiado». Vómitos, ardores, y un brazo cada vez más inflamado como consecuencia de su inofensiva flebitis eran sus síntomas. A pesar de todo, su médico irrumpía en la habitación para darle el alta médica. «No me pueden dar el alta. Me encuentro fatal», susurraba Miguel con la voz entrecortada al médico que decidió prorrogar su reposo. «Le habrá sentado mal la comida»,le explicaba la enfermera a Margarita para calmarle.
Sin embargo, su estado empeoró y Margarita solicitó la presencia del médico. «¿Qué le pasa doctor?», preguntaba al médico que se marchaba sin darle ninguna explicación. No volvería a aparecer hasta 13 horas después, a pesar de las insistentes peticiones de la enfermera y de Margarita, profundamente asustada por los continuos y esperpénticos gritos de su hijo.
El médico ordenó telefónicamente a su enfermera que le dispensasen a Miguel unas dosis de morfina que fueron a todas luces insuficientes para aliviar su dolor.
Finalmente, el doctor, cuya asistencia había sido solicitada desde las 4 de la tarde del día anterior, apareció a las 5 de la mañana. Demasiado tarde para frenar la muerte de un joven al que, probablemente y como reflejan varios informes periciales, le hubiese tan sólo bastado con un antibiótico para salvar su vida. El médico no pudo justificar ante la juez su mortal ausencia.
«Lo dejaron morir como a un perro», recuerda Margarita aliviada tras hacerse pública el pasado 1 de julio la condena. La clínica Cemtro ha rechazado hacer cualquier tipo de declaración acerca del caso y tampoco ha informado sobre si van a recurrir la sentencia. Una sentencia que no devolverá la vida a Miguel pero que marcará un antes y un después. Al menos, en la afamada clínica Cemtro.
Publicado por El Mundo el 16 de julio de 2.009.